Si algo le sobraba al río, eran piedras, justo
lo que él requería para sus batazos. Entonces se apresuró, el arroyo lo
esperaba. Un palo cumplía las veces del bat, y en ese baldío iba sin el riesgo
de llevarse los cristales de alguna casa. El sonido del agua hacía burbujas en
pies y manos, los pájaros eran el canto que llegaba del aire, junto con murmullos
de insectos y plantas sobrevivientes del frío, seduciéndole. Estaba
enamorado del lugar donde la naturaleza hizo su gran variedad de verdes, en
contraste con el café intenso de la tierra y piedras de distintos grises. A lo
lejos; un resplandor que no lograba ubicar, llamó poderosamente su
atención. Acercándose poco a poco llegó, ¿y…? ¡Un spike! Un
zapato de béisbol con los ganchos de cara al sol, un spike abandonado yacía
ahí. Volteó a todos lados, quería estar seguro que era el único dueño. Él lo
encontró, ¿o…? Más bien, se habían hallado, le pertenecía, porque a
veces la vida deja el motivo tan cerca, para que cada quien tome calle y esa
oportunidad era suya, así lo entendió. Alcanzó el spike y antes de ponérselo
vio de nuevo los alrededores, temía que algún chaval viniera y se lo
arrebatara. Era justo la medida, como si el cielo lo hubiera enviado, levantó
la mirada y dio gracias a Dios. Mientras el pie entraba en el zapato, escuchó
gritos y aplausos, lentamente alzó el rostro y… ¡Estaba en un Estadio de
Béisbol! De la nada apareció un Parque lleno de fanáticos, nunca había jugado
en un pasto recién cortado; los límites blancos del campo lucían bien delineados
por la cal, y las almohadillas eran nuevas, eso le parecía a
él. Giró a uno y otro sitio, la vista no alcanzaba para registrar
tal acontecimiento, su cerebro de momento sufrió una sacudida, y pensó que
soñaba, las manos pequeñas frotaron sus ojos varias veces, pero no. No,
no, aquello era real. En un soplo, aparecieron dos equipos, y al verse, lucía
uniforme nuevo, Chihuhua era el Estado que hoy representaba, su
terruño, la ciudad donde él nació, su escudo y reino en la camisa. Al
fin se encontró con un bat de madera virgen, no podía creerlo, el único
madero nuevo que había visto de cerca, estaba en el escaparate
de una tienda de la ciudad. Buscó el riachuelo nuevamente, ya no
existía, ahora un campo de béisbol habitaba ahí, y él en el campo, vestido de
pelotero. Pero solamente tenía un spike para jugar, iba en turno al bat y entre
los espectadores vio a sus padres y hermanos, dándole ánimo. Su nombre en la
voz del anunciador, fue otra emoción que lo hizo temblar
-Se
presenta al bat, ¡Mario Mendoza!
Se
acomodó en la zona de bateo, al parecer los espectadores no se percataban
que escuetamente tenía un spike, sólo él. Cuando el lanzador presentó la
bola, fue afianzando los pies y con el spike golpeando tierra, se
apuntó para darle a la pelota que venía echando resplandores y silbidos. La
esférica se fue entre el parador corto y tercera base, y arrastrándose en la
hierba, rebotó en la barda. Consiguió la primera base, inspirado en la
velocidad se fue a la segunda, barriéndose con los pies al frente. En ese
momento el dueño de ésta, tocó el spike y el ampayer lo dejó fuera, quitándose
el polvo empezó a discutir el fallo de éste. Todo lo que luchó fue inútil, ya
no estaba en la jugada y así quedó en el libro de ese día. En la hoja de su historia,
esa mañana tenía un gran significado para él, pertenecía a un
estadio, la tierra y el pasto irían ligados a él como pan de cada
día; como oración predilecta, ese lugar era su otra piel, al fin supo que, el
béisbol era su amor puro. Se fue a la caseta con su andar de barco,
iba expulsado y ni el manejador, ni couches calmaron su enojo al intentar que
no lo sacaran del partido. En el recorrido observaba el spike, y su otro pie
árido, triste, tan desprotegido como él, en medio del invierno que se
estrellaba cortando sin misericordia la carne. Pero esa mañana tenía un spike,
a primeras luces, era un niño inmensamente afortunado. Siempre había soñado con
unos zapatos de béisbol, de momento poseía un spike, y éste era suficiente para
él, para él que sólo contaba con rocas, troncos, manos ágiles y sus pies
descalzos. Sin embargo, cuanto llegó a la caseta nadie pudo consolarlo por la
suspensión, en ese instante se quitó el spike, el único zapato, su spike, su reliquia
más querida. Y… Nuevamente se hallaba solo, ahí, en el río, sentado en la
piedra más grande del lugar, con el spike en la mano. Pensó que lo vivido era
parte de su fantasía. Un campo de juego no podía aparecer e irse así, tan de
pronto, sin dar tiempo a guardar trofeos y fotografías. ¿Dónde quedaría lo
jugado, su discusión, la salida del partido y hasta su familia? Su
familia apoyándolo con gritos y porras. -¿A dónde va lo vivido?- Se
preguntaba. En ese instante se convenció que todo florecía en su jardín de
ilusiones, el jardín que le estaba dando un sueño, al que se ataría eternamente
con disciplina y trabajo. La sensación del momento en que jugaba, no
iba a perderla en el resto de su vida. Guardó el spike entre la
camisa y los agitados latidos del corazón, temía encontrarse con el dueño y
perder su riqueza, la joya que el río le había regalado y nadie iba a
confiscarle. Cuando llegó a casa, puso el spike envuelto en periódico debajo de
la cama, todavía con dudas fue con su Madre y preguntó:
-Mamá
¿usted ha salido hoy?
-¡Ay
Mario! A donde quieres que vaya con tanta ropa que tengo que
lavar, tuya, y de tus hermanos. Anda, lleva el nixtamal a que lo
muelan que ya casi llega tu padre y tengo que hacer muchas tortillas para hoy,
y para el desayuno de mañana. De regreso, llegas a la
tienda y traes una vela de cebo, para curarte las heridas de esas manos.
-Si
mamá…
-Hijo,
no sé como pierdes tanto tiempo jugando al béisbol, no sé que va a ser de tu
vida, te la pasas juegue y juegue y hablando solo. Ve los pies y las manos,
todos cortados de tanto frío que hace allá afuera. Ojalá algún día,
el béisbol te dé para comer.
Trajo
los encargos de su Madre y con una duda apretándole el estómago, fue a revisar
el sitio donde escondió el spike, hasta no tenerlo con él, regresaría la calma.
Tenía miedo, terror, de que éste también fuera un espejismo más, de los muchos
que fabricaba en el río, pedregales y terrenos solitarios, donde el béisbol era
su único compañero. Ahí, donde él se armaba como equipo visitante, y
equipo local, contrincante y amigo, él, su mejor antagónico, su
fantasma preferido, el duende perfecto de sus visiones. A la sazón, palpó
el spike, y sacándolo inmediatamente de la oscuridad, se lo puso…
Entonces, volvieron las voces y aplausos, se tapó los ojos y sólo dejó un hueco
entre los dedos para ver que ocurría. Asombrado retiró las manos. ¡Se
encontraba en un Estadio de béisbol! Su cuerpo había crecido, y se desempeñaba
comoparador corto del equipo. Esta vez, el uniforme era
de los Piratas de Pittsburg, su cuerpo había crecido, y se desempeñaba como
parador corto del equipo. Hoy más que nunca, el cebo de vela que su madre ponía
para curarle las cuchilladas del frío, había hecho el milagro dándole finura,
como si un gusano hubiera tejido con seda prodigiosa sus manos. Sus manos,
palomas desplazándose en el campo, con movimientos elegantes, y precisos, lo
difícil lo hacían sencillo, entre ellas y su guante, surgió una larga comunión.
El terreno como sacado de un libro de cuentos, las butacas relucientes, el
pasto lucía su mejor verde, las almohadillas tan iguales a las primeras y tan
distintas, éstas de mejor hechura, el recinto era inmenso. Cuando el sonido
local lo mencionó, maravillado escuchó su nombre en el Parque. Esta vez su
admirador era un pueblo Estadounidense, un pueblo con otra voz, un pueblo unido
a él por un deporte. ¡Béisbol! Incrédulo revisó de nuevo sus extremidades…
Vestían un par de spikes, limpios, brillosos, nunca más sus pies irían desnudos
a un Estadio. Eran justo la medida, como si el cielo los hubiera enviado,
levantó la mirada y dio gracias a Dios.
Navojoa
Sonora Octubre 23 del 2005
Libro:
Reyes y Ases del Béisbol
Elia Casillas
Elia Casillas

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