viernes, junio 17, 2022

Luis García Montero


  

Se descalzan los días

Se descalzan los días
para pasar de largo sin que nos demos cuenta.
Son casi despedidas, casi encuentros
-felices pero incómodos-
de cuerpos que se miran
y que aplazan la cita.
                              Aunque detrás,
suelen quedarnos huellas que no son los recuerdos.

De aquel jardín inculto yo conservo
el hombre que venía a desearte,
a caminar sin ti,
silvestre y solo.
Porque de ti le hablaban las adelfas,
con sus ramas difíciles como muchachas jóvenes,
y las palmeras altas igual que tu desnudo,
y aquel cielo corrido
que buscaba
la luz con que el amor te distingue los ojos.

No envejecemos nunca. Tal vez no envejecemos.

Y ahora puedo decírtelo,
cuando tú me recuerdas las adelfas,
y tu desnudo en arco dibuja una palmera,
y los ojos se nublan
sobre el jardín silvestre de los enamorados.

Tal vez no envejecemos. O es acaso que el tiempo
se quitó los tacones para no molestarnos.
O es acaso el deseo
que camina en los labios todavía descalzo.

 

 


Secreto

Nos pusimos de acuerdo.

Yo esperaba sin prisa por la esquina,
me hacía el despistado,
hablaba con el niño y los borrachos,
encendía un cigarro o compraba el periódico.

Aparenté no verte
llegar casi sin prisa,
arreglarte un momento en el descapotable,
abrir la puerta,
subir hasta el segundo.

Yo despisté al portero de las barbas rojizas,
y allí,
sin los silencios
del joven que se enfrenta,
sin tu arbolado anillo de goleta
que surca el matrimonio,
a pesar de tus pieles y mi piel,
nos pusimos de acuerdo.


 

Si alguna vez no hubieses existido

Si alguna vez no hubieses existido,
si el calor de tus muslos no me hubiese
buscado como un látigo preciso
y mis ambigüedades electivas
-los días más oscuros de mí mismo-
no te hubiesen tenido como saldo
de afirmación o excusa,
                                es posible
que este volver a casa en soledad
y demasiado pronto,
me recordase ahora un poco menos
al joven que apostaba por el mundo,
con el mundo a su espalda.

Sólo el amor es duro.
Metidos en la noche, regresando
entre la potestad y la mentira,
hablamos del poder o de los sueños
al hablar del abrazo.
Y no lo sé tal vez, no sé si me recuerdo
prisionero de un cuerpo o libre junto a él,
buscando salvación o en servidumbre,
miserable y maldito, pero atónito.

Quizás sólo se trata de que no estás aquí,
de que perder es duro para todos
y el amor me hace falta, como sabes.
Quizás contigo estuve
tan demasiado cerca de tu reino,
que necesito ahora desmentirte,
utilizar los trucos que uno tiene
para poder seguir.

Porque somos así seguramente,
huellas equivocadas,
solitarias hogueras de un camino,
paraísos de cuatro habitaciones
que sólo se comprenden
después de haber firmado muchas veces,
precisamente ahí,
                           donde pone El viajero.

Y a mí, ya que prefiero escoger mis derrotas,
quiero que me recuerdes derrotado,
como quien algo espera
más allá de los tiempos y los hechos.
Quizás porque haga falta haberlo presagiado
o porque, en todo caso, nadie sabe
dónde acaban los sueños.

 



Sonata triste para la luna de Granada

                                                                                             A Marga
                                                     "Le ciel est par-dessus le toit"
                                                                                    Paul Verlaine

Esta ciudad me mira con tus ojos,
parpadea,
porque ahora después de tanto tiempo
veo otra vez el piano que sale de la casa
y me llega de forma diferente,
huyendo del salón,
abordando las calles
de esta ciudad antigua y tan hermosa,
que sigue solitaria como tú la dejaste,
cargando con sus plazas,
entre el cauce perdido del anhelo
y al abrigo del mar.
Estarías aquí
y nada habría cambiado sino el tiempo,
el cadáver extraño de sus ríos
que siguen sumergidos
como tú los dejaste.
Ahora
siento otra vez mi cuerpo poblarse de veletas
y lo veo entendido
sobre generaciones de ventanas antiguas
mientras la noche avanza solitaria y perfecta.
Somos de una ciudad
cargada de paciencia,
que no conoce el sueño de los invernaderos,
ni ha vivido la extraña presencia del amor.
Como pequeñas venas
los comercios esperan para abrirse mañana
y el deseo no existe
más allá de la luna de los escaparates.

Hemos soñado ya todos los sueños,
hemos vivido aquí
donde la historia olvida sus raíles vacíos,
donde la paz es negra y se recoge
entre plazas cerradas,
sobre tabernas viejas,
bajo el borde morado del misterio.

Alguna vez soñamos
con un mundo distinto:
era cuando el imperio perdido del azúcar
y llegaban viajeros
al olor de la industria.
Las calles se llenaron de motores rugientes
y la frivolidad
como una enredadera brillante por los ojos
nos ofreció de pronto
templada carne, lámparas de araña.
Parece que os recuerdo
abrasados al mundo entre trajes de hilo,
entre la piel hermosa de una época
que nos dejó sus árboles,
el corazón grabado
sobre las pitilleras, y su dedicatoria
en las fotografías.
Ahora
cuando el destino ya no es una excusa
sino la soledad,
y los cielos están bajo el tejado
como tú los dejaste,
todo recuerda un sueño sucio
de madrugada.
Aquí
no tuvimos batallas sino espera.
La guerra fue un camión que nos buscaba,
detenido en la puerta,
partiendo con sus ojos encendidos
de espía
y al abrigo del mar.
Más tarde
entre canciones tristes de marineros rubios
todo quedó dormido.
De balcón a balcón
oímos la posguerra por la radio,
y lejos,
bajo las cruces frías de las plazas,
ancianas sombras negras pascaban
sosteniendo en las manos
nuestra supervivencia.

Esta ciudad es íntima, hermosamente obscena,
y tus manos son pálidas
latiendo sobre ella
y tu piel amarilla, quemada en el tabaco,
que me recuerda ahora
la luz artificial del alumbrado.

Vuelvo hacia ti. Mi corazón de búho
lo reciben sus piernas.
Como testigos mudos de la historia
acaricio las cúpulas perdidas,
palacios en ruina,
fuentes viejas
que recogen la luna
donde van a esconderse los últimos abrazos.
Verdes en el cansancio
de todas las esquinas
esta ciudad me mira con tus ojos de musgo,
me sorprende tranquila
de amor y me provoca.
Amanece
moradamente un día
que las calles comparten con la lluvia.
La soledad respira más allá
de las grúas
y mi cuerpo se extiende
por una luz en celo que adivina
los labios de la sierra,
la ropa por las torres de Granada.

La madrugada deja
rastros de oscuridad entre las manos.
                                   Oigo
una voz que clarea. Lentamente
los tejados sonríen cada vez más extensos,

y así,
como una ola,
entre la nube abierta de todos los suburbios,
esta ciudad se rompe sobre las alamedas,
bajo los picos últimos
donde la nieve aguarda
que suba el mar, que nazca la marea.

De "El jardín extranjero"

 



Sospechan de nosotros

Sospechan de nosotros. Ha pasado
el primer autobús, y nos sorprende
en el lugar del crimen,
desatados los cuellos y las manos
a punto de morir, abandonándose.

Nos da el alto la luz,
sentimos su revólver por la espalda,
demasiado indeciso,
su temblor en nosotros, encubierto
bajo el pequeño bosque de las sábanas.

¡Corre!
¡Coge el amor y corre cuerpo adentro!
Hay un desfiladero sin leyes en los labios,
un laberinto ardiendo de salidas.
Mira tu corazón o tu cintura,
ese castillo en alto
que mis muslos coronan como un lago de niebla.

¡Corre!
Atiende sólo al viento de la piel
pasando y regresando.
y que suenen las ráfagas,
que suenen los disparos,
que las sirenas suenen a tu espalda.

 


 

Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi

Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi,
cruzo la desmedida realidad
de febrero por verte,
el mundo transitorio que me ofrece
un asiento de atrás,
su refugiada bóveda de sueños,
luces intermitentes como conversaciones,
letreros encendidos en la brisa,
que no son el destino,
pero que están escritos encima de nosotros.

Ya sé que tus palabras no tendrán
ese tono lujoso, que los aires
inquietos de tu pelo
guardarán la nostalgia artificial
del sótano sin luz donde me esperas,
y que, por fin, mañana
al despertarte,
entre olvidos a medias y detalles
sacados de contexto,
tendrás piedad o miedo de ti misma,
vergüenza o dignidad, incertidumbre
y acaso el lujurioso malestar,
el golpe que nos dejan
las historias contadas una noche de insomnio.

Pero también sabemos que sería
peor y más costoso
llevárselas a casa, no esconder su cadáver
en el humo de un bar.

Yo vengo sin idiomas desde mi soledad,
y sin idiomas voy hacia la tuya.
No hay nada que decir,
                                              pero supongo
que hablaremos desnudos sobre esto,
algo después, quitándole importancia,
avivando los ritmos del pasado,
las cosas que están lejos
y que ya no nos duelen.

 


 

Versión libre de la inmortalidad

En la noche profunda,
como dormida caricia que sorprende
y sigue a más,
sombras con el calor de la materia,
mordiéndose los labios, mal quitado
el pijama y ardiendo
de loca oscuridad entre los brazos.

A media luz, perfiles
como el amor de un sueño generoso
con sus protagonistas,
diseñados despacio,
mientras el pensamiento va más rápido
que los cuerpos y explica
dónde será la próxima caricia,
cuándo la paz y cómo y qué palabras.

A luz abierta, toda,
alejado de mí para mirarnos,
para mirarte hundida y encerrada
con tus propios sentidos,
hasta que abres los ojos
llenos de solitaria claridad,
y está la habitación, conmigo, atenta,
y en tus ojos comprendes
que nos gusta mirarte como a un río,
un desmayado atardecer,
un paisaje infinito.

Ni tú ni yo creemos
en la inmortalidad. Pero hay momentos
-oscuros, de penumbra o luz abierta-
donde se roza el mundo de los libros
y las ventajas de la eternidad.
Escribo este poema celebrando
que pasado y presente
coincidan todavía con nosotros
y haya recuerdos vivos
y besos tan dorados como el beso
aquel de la memoria.

 



Yo sé que el tierno amor escoge sus ciudades

Yo sé
que el tierno amor escoge sus ciudades
y cada pasión toma un domicilio,
un modo diferente de andar por los pasillos
o de apagar las luces.

Y sé
que hay un portal dormido en cada labio,
un ascensor sin números,
una escalera llena de pequeños paréntesis.

Sé que cada ilusión
tiene formas distintas
de inventar corazones o pronunciar los nombres
al coger el teléfono.
Sé que cada esperanza
busca siempre un camino
para tapar su sombra desnuda con las sábanas
cuando va a despertarse.

Y sé
que hay una fecha, un día, detrás de cada calle,
un rencor deseable,
un arrepentimiento, a medias, en el cuerpo.

Yo sé
que el amor tiene letras diferentes
para escribir: me voy, para decir:
regreso de improviso. Cada tiempo de dudas
necesita un paisaje.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario