martes, octubre 01, 2019

Prólogo: POR ESTA HEBRA, Alejandra Proaño



He muerto millones de veces

en cada cementerio hay una como yo

con el mismo vestido, la misma voz

                          y amor suicida.

Elia Casillas 

Entrevista a Elia Casillas
─ ¿Por esta hebra es posterior a Sola sin tu sombra?
─ Después hay otro,  Reyes y Ases del Béisbol y luego éste.
─ ¿Quisieras contarme algo más de éste libro?
─Por esta hebra es como un diario, un monólogo. Ahí escribí lo que me sucedía cada día desde hace tres años.
─ Fue un proceso de largo aliento entonces.
─ Ha sido un largo aliento, siento que no tiene fin.
─ ¿Y cómo fue entonces que decidiste ponerle punto final?
─ Creo que es hora de terminarlo.

Con esta certeza, Elia nos acompaña al punto de partida de sus letras. Cada filamento que compone el poemario de Elia es una textura, una fibra poética, un haz de hilos. El monólogo del poema deviene diálogo fantasma. Entre el abandono del cuerpo amado y el recuerdo de la pasión se enciende una sensualidad melancólica pero envuelta en telas de tintes firmes hasta el final incierto de aquella guerra que es paz o muerte, porque sólo el día después del amor ocurre el éxtasis maldito del fin. Quizás por ello, Elia mantiene el diálogo con la dueña del destino: “Mi Parca; esa que roba horas mientras duermo/ y mientras me visto, se multiplica en los corredores…” (42-43) El ritmo del poema es circular, pero el deseo se mantiene en crescendo, y la Elia inocente busca el éxtasis en el pasado, cuando en realidad su luna en celo está en el presente: “debe tener muchas historias en la espalda, / conviene ser texto, / permita que lea, / mientras la noche aplaude.” (18)

A cada segundo el logos trasciende el deseo que invita al oasis, pero la pasión es una aliada ingrata que jamás cesa: “Un día Dios volverá a verme, / y a mi dolor le quitaré su nombre, / porque hoy invento demonios para no estar sola, / y juego con los ángeles quebrados, / y habito las tinieblas…” (54) No así con los mártires del sufrimiento, que través de las palabras aúllan con más fuerza: “Una a una las palabras enrojecen, / y narro al silencio que es de tu amor /  porque soy una paloma vagabunda  / que navega oscuras tempestades  / en el resplandor de la memoria.” (69)


Y mientras descompone el ADN ausente en su piel, la dueña solitaria del corazón aún duda el impacto de sus pasos: “Estos zapatos sólo viven para andar contigo…”(57)                                                                                                                                                                                                    pero continúa en súbita lucidez: “… la incertidumbre es un embrujo que persigue / y escapo con la esperanza del creyente / porque soy adicta a tu huella.” (58) Un largo gemido de la desesperanza proclama en una especie de manifiesto libertario: “he de romper las máscaras de este éxodo, / con guante transparente, / y caminar en el fuego de las estrellas / hasta ser cristal sin golpes.” (77) Desde el dolor, la palabra eleva el poema una y otra vez hacia la conciencia: “… y el cerebro destroza lagunas para verte, / el encierro en otra boca reconoce su locura, / en pleno juicio hipoteco costumbres / y la voz encuentra acústica / y rompe la carne que no olvida verdugo /  y moretones.” (62)

Luego, la mujer en busca la muerte en la memoria: “Quiero en el guardapolvo mi té de olvido /  y siete gatos, / para desviar la perra del horóscopo / que arruina mi trébol con sus pulgas.” (95) pero al no encontrar al olvido, llega vestido de negro el rencor: “¿Para qué discutir fallos? / Solo encontré pesadillas en mis letras, / horarios del cuerpo consumieron desgracias / y victorias, / mi cuento negro escrito con tinta polar / desde el manglar de tus infiernos.” (103) Aún sin éxito, la soledad de su noche sucumbe al poder de la seducción: “Duermo con su mirada en los hombros / y aliento seducido  / ¿ve? nuestros cuerpos siempre afinaron / al primer toque de sábana / y como vapor, / el universo nos tirará en cualquier nube. (105) El goce masoquista con frecuencia visita las ausencias: “¿Por qué vives en el insomnio de las venas / sin obediencia? / Alabo mi carne / y tu voz lanza su niño azul / y persigue hadas sucias en el bosque.” (108-109)

Viene de lejos, y se alza la voz en llamas tenues: “Ésta no soy yo ¡alguien está ocupándome! / alguien goza mi cuerpo, no tengo voz, / y me quema el silencio…“ (110)
Y los gritos de victoria se escuchan a lo lejos: —aún estoy— protesta, en medio de aquel  exorcismo lento que es decir adiós al des/amor: “Los ojos bebieron cada padre nuestro / y vomité tres veces en el rosario del amanecer” (123). Y el tiempo cura lento formando la sutura con delirios: “Miro pasar mis caderas / con los pies confundidos en el aire, / porque no hay hospital para este amor... (125)” y sabe Elia, la tarea de reconstrucción viaja lánguida en el tiempo: “hay que construirle una estrella a la esperanza / para que el amor dance…” (129)

De cómo Elia cierra sus puertas no diré ni una palabra; dejo el embrujo para el lector que quiera conocer la experiencia del olvido en la espada de su palabra. Su texto entierra la historia de cómo se entabla la relación con el caos, y su letra es testigo de una lucha capaz de vivir y una rabia capaz de matar. ¿Saldrá gloriosa de las palabras que escriben escorpiones? Sospecho que otro deseo le ha devuelto la respiración, ¿cuál será el embrujo necesario para el día después del amor?

Ahora entiendo la sensación de vida que me dio la última vez al verla. Y con estas palabras termino estas letras declarándome: A su favor.


Alejandra Proaño
22 de junio de 2012








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