He
muerto millones de veces
en
cada cementerio hay una como yo
con
el mismo vestido, la misma voz
y amor suicida.
Elia
Casillas
Entrevista
a Elia Casillas
─
¿Por esta hebra es posterior a Sola sin tu sombra?
─
Después hay otro, Reyes y Ases del
Béisbol y luego éste.
─
¿Quisieras contarme algo más de éste libro?
─Por
esta hebra es como un diario, un monólogo. Ahí escribí lo que me sucedía cada
día desde hace tres años.
─
Fue un proceso de largo aliento entonces.
─
Ha sido un largo aliento, siento que no tiene fin.
─
¿Y cómo fue entonces que decidiste ponerle punto final?
─
Creo que es hora de terminarlo.
Con
esta certeza, Elia nos acompaña al punto de partida de sus letras. Cada
filamento que compone el poemario de Elia es una textura, una fibra poética, un
haz de hilos. El monólogo del poema deviene diálogo fantasma. Entre el abandono
del cuerpo amado y el recuerdo de la pasión se enciende una sensualidad
melancólica pero envuelta en telas de tintes firmes hasta el final incierto de
aquella guerra que es paz o muerte, porque sólo el día después del amor ocurre
el éxtasis maldito del fin. Quizás por ello, Elia mantiene el diálogo con la
dueña del destino: “Mi Parca; esa que roba horas mientras duermo/ y mientras me
visto, se multiplica en los corredores…” (42-43) El ritmo del poema es
circular, pero el deseo se mantiene en crescendo, y la Elia inocente busca el
éxtasis en el pasado, cuando en realidad su luna en celo está en el presente:
“debe tener muchas historias en la espalda, / conviene ser texto, /
permita que lea, / mientras la noche aplaude.” (18)
A
cada segundo el logos trasciende el deseo que invita al oasis, pero la pasión
es una aliada ingrata que jamás cesa: “Un día Dios volverá a verme, / y a mi
dolor le quitaré su nombre, / porque hoy invento demonios para no estar sola, /
y juego con los ángeles quebrados, / y habito las tinieblas…” (54) No así con
los mártires del sufrimiento, que través de las palabras aúllan con más fuerza:
“Una a una las palabras enrojecen, / y narro al silencio que es de tu amor / porque soy una paloma vagabunda / que navega oscuras tempestades / en el resplandor de la memoria.” (69)
Y
mientras descompone el ADN ausente en su piel, la dueña solitaria del corazón
aún duda el impacto de sus pasos: “Estos zapatos sólo viven para andar
contigo…”(57)
pero continúa en súbita lucidez: “… la incertidumbre es un embrujo que
persigue / y escapo con la esperanza del creyente / porque soy adicta a tu
huella.” (58) Un largo gemido de la desesperanza proclama en una especie de
manifiesto libertario: “he de romper las máscaras de este éxodo, / con guante
transparente, / y caminar en el fuego de las estrellas / hasta ser cristal sin
golpes.” (77) Desde el dolor, la palabra eleva el poema una y otra vez hacia la
conciencia: “… y el cerebro destroza lagunas para verte, / el encierro en otra
boca reconoce su locura, / en pleno juicio hipoteco costumbres / y la voz
encuentra acústica / y rompe la carne que no olvida verdugo / y moretones.” (62)
Luego,
la mujer en busca la muerte en la memoria: “Quiero en el guardapolvo mi té de
olvido / y siete gatos, / para desviar
la perra del horóscopo / que arruina mi trébol con sus pulgas.” (95) pero al no
encontrar al olvido, llega vestido de negro el rencor: “¿Para qué discutir
fallos? / Solo encontré pesadillas en mis letras, / horarios del cuerpo
consumieron desgracias / y victorias, / mi cuento negro escrito con tinta polar
/ desde el manglar de tus infiernos.” (103) Aún sin éxito, la soledad de su
noche sucumbe al poder de la seducción: “Duermo con su mirada en los hombros /
y aliento seducido / ¿ve? nuestros
cuerpos siempre afinaron / al primer toque de sábana / y como vapor, / el
universo nos tirará en cualquier nube. (105) El goce masoquista con frecuencia
visita las ausencias: “¿Por qué vives en el insomnio de las venas / sin
obediencia? / Alabo mi carne / y tu voz lanza su niño azul / y persigue hadas
sucias en el bosque.” (108-109)
Viene
de lejos, y se alza la voz en llamas tenues: “Ésta no soy yo ¡alguien está
ocupándome! / alguien goza mi cuerpo, no tengo voz, / y me quema el silencio…“
(110)
Y
los gritos de victoria se escuchan a lo lejos: —aún estoy— protesta, en medio
de aquel exorcismo lento que es decir
adiós al des/amor: “Los ojos bebieron cada padre nuestro / y vomité tres veces
en el rosario del amanecer” (123). Y el tiempo cura lento formando la sutura
con delirios: “Miro pasar mis caderas / con los pies confundidos en el aire, /
porque no hay hospital para este amor... (125)” y sabe Elia, la tarea de
reconstrucción viaja lánguida en el tiempo: “hay que construirle una estrella a
la esperanza / para que el amor dance…” (129)
De
cómo Elia cierra sus puertas no diré ni una palabra; dejo el embrujo para el
lector que quiera conocer la experiencia del olvido en la espada de su palabra.
Su texto entierra la historia de cómo se entabla la relación con el caos, y su
letra es testigo de una lucha capaz de vivir y una rabia capaz de matar.
¿Saldrá gloriosa de las palabras que escriben escorpiones? Sospecho que otro
deseo le ha devuelto la respiración, ¿cuál será el embrujo necesario para el
día después del amor?
Ahora
entiendo la sensación de vida que me dio la última vez al verla. Y con estas
palabras termino estas letras declarándome: A su favor.
Alejandra
Proaño
22
de junio de 2012
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