Los
ojos rompieron el poniente
sin
abrigo, y sin saber
si
tu lluvia vendría a los pies de mi tierra,
y
una mañana contaríamos al nido
la
leyenda del Álamo.
Donde
mis cabellos surcan,
empeño
el vuelo desde el hueso más duro,
y
abrazo el lecho que apacigua mi vida
y
muero en este trono,
que
apuesta con horario filoso
la
malquerencia del fracaso.
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