sábado, junio 15, 2013

Miguel Ángel Godínez Gutiérrez


 
El gato.

Miguel Ángel Godínez Gutiérrez

El gato se volvió a meter en la cocina y se comió la carne molida que saqué anoche del refrigerador para que se descongelara. Iba a hacerme unas albóndigas en chile chipotle. Desde hace meses nos enfrentamos en una lucha el gato y yo. Él intenta meterse a la cocina y yo prevengo lo que puedo, pues no me voy a pasar la noche en vela por un méndigo gato, así que cierro puertas y ventanas. Sin embargo, siempre le doy alguna ventaja. Pobre gato, si viene a robar comida es porque no tiene qué llevarse al hocico en todo el día, tal vez sólo basura. A veces le emparejo la puerta del pasillo o le dejo una ventana abierta, de modo que tenga que brincar alto para caer dentro de la cocina.

Una vez destrozó unos panes de azúcar que olvidé encima de la mesa. Al día siguiente descubrí el piso regado de migajas. Esto puede pasar, pero lo que no le voy a perdonar es que se haya comido mi carne molida, mi ración de la semana, mis albóndigas en chipotle. Lo he visto una sola vez; o supongo que era él: es de color amarillo y tiene manchones negros en los costados del lomo, flaquísimo. Una noche, al buscar un libro, lo encontré en mi estudio. Tenía cara de mustio: combinada de “¿qué me vas a hacer?” y de “si te acercas más, te chingo”. Lo ahuyenté con un simple movimiento de manos: “¡Úchale, pinche gato!” No lo he vuelto a ver.

No hay más que arroz para comer y él se zampó mi carne molida. Ojalá que no estuviera bien descongelada y se le hayan destemplado todos los dientes o le haya dado catarro —¿moquillo?— o pulmonía; ojalá que por lo menos haya tenido que comer un raspado de carne cruda en el frío de la noche. ¡Mis albóndigas!

Ayer se me había ocurrido poner una cubeta con agua en la cocina, abajo de la ventana. Todo fácil por fuera: noche, sin moros en la costa, ventana abierta, olor a carne cruda... Salto por la ventana y caída intempestiva al agua. Extrañeza al principio e inmediatamente después terror, sensación de asfixia y todo el cuerpecillo mojado; lucha del gato con la cubeta, con el agua, con fantasmas instantáneos. ¿Y si se ahogara? Un gato hambriento, débil, envuelto inesperadamente en una pesadilla de agua fría. Lucha vigorosa al principio, que va amainando al tragar agua y perder poco a poco el sentido hasta ahogarse entre estertores esporádicos. La mañana de hoy me hubiera encontrado con un gato ahogado en una cubeta y tal vez se me habrían quitado las ganas de mis albóndigas en chipotle.

En fin, me quedo sin comer carne una semana, pero salvé una de sus siete vidas; pinche gato.

 

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