Miguel Ángel Godínez Gutiérrez
El gato se
volvió a meter en la cocina y se comió la carne molida que saqué anoche del
refrigerador para que se descongelara. Iba a hacerme unas albóndigas en chile
chipotle. Desde hace meses nos enfrentamos en una lucha el gato y yo. Él
intenta meterse a la cocina y yo prevengo lo que puedo, pues no me voy a pasar
la noche en vela por un méndigo gato, así que cierro puertas y ventanas. Sin
embargo, siempre le doy alguna ventaja. Pobre gato, si viene a robar comida es
porque no tiene qué llevarse al hocico en todo el día, tal vez sólo basura. A
veces le emparejo la puerta del pasillo o le dejo una ventana abierta, de modo
que tenga que brincar alto para caer dentro de la cocina.
Una vez destrozó
unos panes de azúcar que olvidé encima de la mesa. Al día siguiente descubrí el
piso regado de migajas. Esto puede pasar, pero lo que no le voy a perdonar es
que se haya comido mi carne molida, mi ración de la semana, mis albóndigas en
chipotle. Lo he visto una sola vez; o supongo que era él: es de color amarillo
y tiene manchones negros en los costados del lomo, flaquísimo. Una noche, al
buscar un libro, lo encontré en mi estudio. Tenía cara de mustio: combinada de
“¿qué me vas a hacer?” y de “si te acercas más, te chingo”. Lo ahuyenté con un
simple movimiento de manos: “¡Úchale, pinche gato!” No lo he vuelto a ver.
No hay más que
arroz para comer y él se zampó mi carne molida. Ojalá que no estuviera bien
descongelada y se le hayan destemplado todos los dientes o le haya dado catarro
—¿moquillo?— o pulmonía; ojalá que por lo menos haya tenido que comer un
raspado de carne cruda en el frío de la noche. ¡Mis albóndigas!
Ayer se me había
ocurrido poner una cubeta con agua en la cocina, abajo de la ventana. Todo
fácil por fuera: noche, sin moros en la costa, ventana abierta, olor a carne
cruda... Salto por la ventana y caída intempestiva al agua. Extrañeza al
principio e inmediatamente después terror, sensación de asfixia y todo el
cuerpecillo mojado; lucha del gato con la cubeta, con el agua, con fantasmas
instantáneos. ¿Y si se ahogara? Un gato hambriento, débil, envuelto
inesperadamente en una pesadilla de agua fría. Lucha vigorosa al principio, que
va amainando al tragar agua y perder poco a poco el sentido hasta ahogarse
entre estertores esporádicos. La mañana de hoy me hubiera encontrado con un
gato ahogado en una cubeta y tal vez se me habrían quitado las ganas de mis
albóndigas en chipotle.
En fin, me quedo
sin comer carne una semana, pero salvé una de sus siete vidas; pinche gato.

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