Con esta certeza, Elia nos acompaña al punto de partida de sus letras. Cada filamento que compone el poemario de Elia es una textura, una fibra poética, un haz de hilos. El monólogo del poema deviene diálogo fantasma. Entre el abandono del cuerpo amado y el recuerdo de la pasión se enciende una sensualidad melancólica pero envuelta en telas de tintes firmes hasta el final incierto de aquella guerra que es paz o muerte, porque sólo el día después del amor ocurre el éxtasis maldito del fin. Quizás por ello, Elia mantiene el diálogo con la dueña del destino: “Mi Parca, esa que roba horas mientras duermo/ y mientras me visto, se multiplica en los corredores/ sin un Dios que sirva de amuleto". El ritmo del poema es circular, pero el deseo se mantiene en crescendo, y la Elia inocente busca el éxtasis en el pasado, cuando en realidad su luna en celo está en el presente: “debe tener muchas historias en la espalda, / conviene ser texto, / permita que lea, / mientras la noche aplaude.”
Alejandra Proaño
Alejandra Proaño

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