Déjame,
pensamiento, déjame...
Déjame,
pensamiento, déjame,
mañana seré tuyo,
volveré a ser tu presa.
Pero hoy,
mientras la luz araña en los árboles y pide
una oportunidad,
quiero que me recoja la inútil primavera.
A la casa
del frío
regresaré mañana, cuando el tiempo
exponga sus razones
y el corazón pregunte
lo que falta por ver,
cuántos latidos
pueden quedarle para detenerse.
Tus ojos
que están llenos de selvas y son un manifiesto,
desordenadamente
me hacen aventurero
y revolucionario
El amor
Las palabras son barcos
y se pierden así, de boca en boca,
como de niebla en niebla.
Llevan su mercancía por las conversaciones
sin encontrar un puerto,
la noche que les pese igual que un ancla.
Deben acostumbrarse a envejecer
y vivir con paciencia de madera
usada por las olas,
irse descomponiendo, dañarse lentamente,
hasta que a la bodega rutinaria
llegue el mar y las hunda.
Porque la vida entra en las palabras
como el mar en un barco,
cubre de tiempo el nombre de las cosas
y lleva a la raíz de un adjetivo
el cielo de una fecha,
el balcón de una casa,
la luz de una ciudad reflejada en un río.
Por eso, niebla a niebla,
cuando el amor invade las palabras,
golpea sus paredes, marca en ellas
los signos de una historia personal
y deja en el pasado de los vocabularios
sensaciones de frío y de calor,
noches que son la noche,
mares que son el mar,
solitarios paseos con extensión de frase
y trenes detenidos y canciones.
Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,
acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.
El bar de siempre
Ocurre pocas veces,
apenas en la noche del eco tormentoso
o en el amanecer de luz dañada
como en la oscuridad
y más nocturna.
El humo de
mis huellas
se apodera del tiempo, de mi tiempo
envuelve las arañas melancólicas
de los ojos cansados,
sube por las paredes de un sueño mal vivido,
y se llena de voces,
de sillas descoladas y melodías sucias
igual que ceniceros,
igual que un pasadizo
a medio consumir,
hasta que mi conciencia
consigue recordarme
un invierno de nubes primitivas,
como si fuera el bar de siempre.
Por detrás de la barra,
los camareros juegan a las sombras.
De todos los lugares del pasado
la memoria prefiere,
en ese amanecer o en esa noche,
el rincón donde viven
los antiguos, inútiles futuros,
y me levanto de la mesa
de los buenos amigos
para abrazarme a lo que ya no existe,
para darle la mano a los remordimientos,
para cruzar por las conversaciones
donde se habla de mí,
de la parte más negra del infierno que soy,
de las mentiras de mi nombre,
de mi violencia
y mis asesinatos.
Cuando llego a la barra,
después de haber surgido del recuerdo
como puede surgir una serpiente
por la historia vacía de su piel,
alguien cambia de música,
una canción de amor,
y la mujer que sabe de la niebla
me descubre las turbias hazañas de mi vida,
sin esfuerzo ninguno
para ser convincente.
Pero no le hace falta. Igual que a los demás,
ha venido a creérmela,
y le digo que sí, que estaba yo también
en el lugar del crimen, de mi crimen,
justo detrás de ella.
Pude ver con mis ojos
las heridas firmadas por mi mano.
Ocurre pocas veces.
Son ojos más nocturnos que la noche.
La verdad es que suelo
abrir las ventanas
para que corra el aire,
y persigo la luz, cuando ella puede
tener de hospitalario,
y más que mis certezas
valoro un contrapunto de nostalgia,
esa debilidad del corazón
que confía en nosotros
Una rosa debajo de la almohada.
De "La
intimidad de la serpiente"
El lugar del crimen
Más allá de la sombra
te delatan tus ojos,
y te adivino tersa,
como un mapa extendido
de asombro y de deseo.
Date por muerta
amor,
es un atraco.
Tus labios o la vida.
El poder envejece
Ella me besa, marca la sonrisa
y viaja por los labios al pasado
con el adorno de sus sentimientos,
lujosa y encendida como un árbol
de navidad, paloma
de amistades difíciles
que abriga con recuerdos lo que duele
por demasiado frío en el presente.
Ayer te vimos por televisión,
no vas a cambiar nunca.
Él mide las palabras y me tiende la mano:
hubiese preferido no encontrarme.
Seguro como un pino del norte en su montaña,
vigila los recodos, las umbrías,
y sólo se interesa por el rumbo
que la vida nos marca.
Yo no pienso en traiciones, en el sucio
prestigio de sus manos.
Únicamente veo
estos ojos de halcón y me pregunto:
¿qué pensarán de mí?
Calle arriba, después, al despedirnos,
mi cuerpo reflejado se detiene
en los escaparates,
y con necesidad de asegurarse,
por encima de objetos de regalo,
abrigos, maletines de piel, televisores,
levanta el dedo y con temor me dice:
no vas a cambiar nunca, no vas a cambiar nunca.
A Mari Carmen
Sabrás por la presente que empeoré de vida.
Mariano Maresca
Más o menos extraña
la vida fue pasando tibiamente
por tu cuerpo y el mío.
Oigo la lluvia fría amontonarse
sobre las uralitas
y la noche me atrapa
en el sudor eterno de su tranquilidad.
Tal vez
debiera despertarte, hacerte compartir
este presentimiento
de lejana belleza
con el que me confundo apenas un instante
para volver a ti
que te abandonas
a la hermosa presencia
de tu respiración.
Pasan lentos los coches.
Oigo también
tu corazón lejano
pasar de madrugada entre la lluvia
y me asusta la sombra
de tanta intimidad.
Es tarde.
Uno escribe su vida en un poema,
analiza el amor
y se acostumbra
a seguir como está, junto a tu cuerpo
que quizá me recuerde todavía
desnudo entre las sábanas,
o las noches de lluvia nos confirman
que la vida, posiblemente hermosa,
no siempre es un asunto disponible
y que a veces resulta incluso mucha,
temible como ahora,
mientras que tengo miedo de besarte al azar.
Lo sé. Hemos sido extranjeros
hablándonos por señas demasiado cercanas,
ansiosos en las calles
de una nueva ciudad,
esperando tal vez que nos fotografíen
delante de este amor y de sus cicatrices,
eso que confundimos con nuestros sentimientos
o acaso
-en noches de locura-
con una sensación de humedad en los ojos.
Pero en pocas palabras se resumen
casi todos los días,
sus sílabas contadas en mis versos
y la felicidad.
Tibiamente los años
nos descubren
que nada existe ya sin tu sudor y el mío,
que somos todavía demasiado solemnes
cuando nos sorprendemos
temblando de pasión,
llenos de instinto mal disimulado.
Por eso, mientras llueve,
agradezco tu cuerpo entre las sábanas
y esta pasión desierta
de acariciar tus muslos,
más o menos extraños
y hermosos como un sueño
que acaba de llegar.
II
Noviembre
puede ser una conquista,
porque vuelve otra vez
sobre los toldos,
las horquillas de nácar imitado,
los abrigos baratos de entretiempo
donde tú te escondías
de pronto y mi deseo.
Y vuelve
con la torpe paciencia de la fidelidad,
como la melodía
de una vieja canción que recordamos.
Ya sabes que el otoño,
además del plumaje
mojado
de los árboles,
además de la luz y de esta tierra,
era una cita rota, perdida entre nosotros.
Ahora
se nos abraza el tiempo débilmente a las piernas,
rompiéndonos el paso, alargando las hojas
de las enredaderas,
mientras todo es igual y nos anuncia
aquel viejo recuerdo confuso de las horas,
aquellas caravanas
de días sin sentido
que pasaban zumbando delante de los ojos,
que trajeron consigo
solamente dos cuerpos amándose o temiendo.
Y no es ya la costumbre de acercarme,
cogerte la cintura, desearte
con un deseo azul como un viento tranquilo
o pasear despacio
cuando pesan las hojas debajo de los pies
y las campanas crujen
prendidas en los árboles.
Y no es ya la costumbre de seguirte,
de aprender a pararme en los escaparates
y oír tu voz llegar, volcarse en el oído
salvando la distancia
que cabe entre dos cuerpos.
Era la vida entonces
la que nos recordaba,
con las claras sirenas de sus barcos
y su bisutería,
que seguía latiendo quizás entre nosotros,
deshecha,
nublada y pasajera
como el esperma seco
sobre la piel ya fría
que tanto hemos amado y casi siempre.
O tal vez preferimos
una feria de amor donde encontrarnos
para llegar a ver
lo nunca visto.
No sabes que tu cuerpo,
en las noches sin tiempo como ésta,
se confunde de pronto con el amanecer,
lo detiene dormido junto a mí.
Pero noviembre vuelve
con la torpe paciencia de la fidelidad
(las huellas del amor sobre los hombros
como una caravana de detalles confusos),
y acaso pueda ser una conquista,
porque todo es más claro.
Yo recuerdo
los primeros abrazos, solitarios,
a la pared pegados,
huyendo de la lluvia
de una vieja ciudad,
recién enamorados todavía,
felices y nerviosos.
O la humedad imprevista de tu pelo
empapado de amor y de tormenta
en los campos abiertos
igual que nuestros cuerpos a la furia de agosto.
Y las noches de paz malhumorada
donde el amor pugnaba sobre el frío,
tiritando debajo de las nubes
sobre un lecho de escarcha.
Y recuerdo
la lluvia mansa, lenta, que araña los cristales
como araño tu piel,
de la misma manera que el tiempo nos araña
una vez descubierto
que también es hermoso amarse en la memoria
y en la complicidad.
Abramos el balcón,
aullémosle a la luna
estirados de cuerpo para arriba,
hermosos como lobos
que ahora entienden el rumbo del que vienen,
que ahora saben el tiempo en el que habitan.
Es una luz distinta
la de estos contornos.
Sobre tu piel se aplastan
las gotas de la lluvia
y la tierra se extiende manchada como un tigre.
III
Nos visita el amor. Tiene la casa
una memoria ciega
de sol sobre los brazos
y la pasión desierta de hierbas por la piel.
Debemos abrazamos seriamente
esta mañana gris de todas las nostalgias
y pactar con la luz
que empieza a incomodamos
debajo de las puertas
como un mirón secreto al que hay que soportar.
Son demasiadas cosas.
Se ve que el tiempo vuela indiferente,
ajeno entre nosotros
que hemos hablado tanto de la vida
para llegar a tiempo a sus ojos abiertos,
a su pezón rosado
ya la bóveda hermosa de los cuerpos
que buscábamos juntos,
atropelladamente,
abriendo cremalleras
con la impaciencia propia de los enamorados.
El sol
que parece la carne dudosa de tus labios
se avecina reptando y me recuerda
que es posible de nuevo recorrernos
mientras se apagan lentas las últimas estrellas.
Antes de que nacieras y de que yo naciese
alguien debió vivir estas habitaciones,
sufrirlas solamente igual que las semanas,
poblarlas de deseos realizados a medias.
Gentes de soledad.
Acaso todo valga
si algún día...
Nosotros
ya nada hemos fundado, ni siquiera un hogar.
Es más sabio el amor cuando amanece,
cuando ya empieza a oírse la mañana,
por el camino largo, desierto de tu piel.
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