Yo sabía que era mi abuela Cande,
pero me refería a ella como mi amá. Me cuidó desde que era una bebé, para que
no me picaran las chinches del colchón, yo dormía sobre su pecho, amarrada con
su rebozo. En esa época vivíamos en una vecindad de Guadalajara, Jalisco, mi
tierra. La verdad, nunca me detuve a estudiarla, pero en los pocillos que
colgaban de la pared de la cocina, estaban llenos de yerbas, ella nos curaba,
si era algo grave, nos llevaba con don Conrado, el veterinario del pueblo. No
sé a qué horas dormía, siempre estaba lavando de noche y de día, ayudaba a las
vecinas, iba por sus tortillas, la carne, llevaba al banco el dinero de don
Silvino. Ella fue huérfana, su papá murió mordido por una serpiente, y su mami,
en la peste negra. Su hermanita Jesús se salvó durante la epidemia, pero nunca
pudo caminar, y su hermanito, quedó sordo, ella tenía nueve años, y con nueve
años se hizo cargo de ellos. Luego, se casó, mientras vivió su suegra, nunca
recibió ni un solo real de mi abuelo Ángel, además, si no llevaban a cabo las
tareas de la casa como a ella le gustaba, les pegaba, porque no sólo era mi amá
Cande, estaban las otras, las esposas de sus cuñados. Su suegra murió en el
parto, el niño venía de nalgas y ninguno sobrevivió. Uy, hasta donde me fui.
Nosotros rentábamos una casita de don Silvino, en el Barrio Lindo de Puerto
Vallarta, Jalisco. Todas las noches, jugábamos con los muchachos a los
borrachos, al bote, a los colores, a la cebollita, al béisbol, ahí, en las
calles, ese era nuestro escenario favorito. En una esquina baldía, creció un
tamarindo (esto iba a contarles), en ese enorme árbol a alguien se le ocurrió
poner un columpio. Mi amá Cande nos prohibió pasearnos en él, ay, pero tener a
la mano un columpio y no subirse... Ese medio día, las calles estaban solas, el
columpio también, entonces, me dirigí al tamarindo, luego, me afiancé en el
balancín, sentía tanta alegría que no supe cómo, en el dale y dale, me solté de
una de las cuerdas, el columpio se fue de lado y chocamos con el tronco, el
golpe fue directo a mi espalda y caí, hubiera gritado, el dolor no me dejaba ni
levantar la cabeza, sin embargo, poco a poco me fui enderezando, en ese
momento, vi a mi amá, traía un chicote en la mano. Como si tuviera un resorte
me levanté, un sólo pensamiento me invadía, cómo voy a torear a mi amá para que
su chicote no me dé en las piernas. Vi desde que te subiste al columpio y fui
por el chicote -dijo con una voz enojada y continuó, ¿cuántas veces quieres que
te diga que es peligroso? Menos mal que te pusiste de pie, con semejante golpe...
Hablaba, mientras con la mano derecha, golpeaba con el chicote la mano
izquierda. Ya sabes, -prosiguió (como si hubiera adivinado mis pensamientos),
si corres, te va a ir peor.
Navojoa, Son. May./10/2022
En la fotografía está con mi prima
Rosa, ahí, mi amá Cande ya estaba enferma, se la llevaron a Salamanca, Gto.
para que se recuperara. En ese tiempo, yo estudiaba en el C.E.C.Y.T. 241 de
Puerto Vallarta, Jalisco, y la veía en vacaciones.

No hay comentarios:
Publicar un comentario