miércoles, mayo 11, 2022

Elia Casillas: mi amá Candelaria Carrillo

 


Yo sabía que era mi abuela Cande, pero me refería a ella como mi amá. Me cuidó desde que era una bebé, para que no me picaran las chinches del colchón, yo dormía sobre su pecho, amarrada con su rebozo. En esa época vivíamos en una vecindad de Guadalajara, Jalisco, mi tierra. La verdad, nunca me detuve a estudiarla, pero en los pocillos que colgaban de la pared de la cocina, estaban llenos de yerbas, ella nos curaba, si era algo grave, nos llevaba con don Conrado, el veterinario del pueblo. No sé a qué horas dormía, siempre estaba lavando de noche y de día, ayudaba a las vecinas, iba por sus tortillas, la carne, llevaba al banco el dinero de don Silvino. Ella fue huérfana, su papá murió mordido por una serpiente, y su mami, en la peste negra. Su hermanita Jesús se salvó durante la epidemia, pero nunca pudo caminar, y su hermanito, quedó sordo, ella tenía nueve años, y con nueve años se hizo cargo de ellos. Luego, se casó, mientras vivió su suegra, nunca recibió ni un solo real de mi abuelo Ángel, además, si no llevaban a cabo las tareas de la casa como a ella le gustaba, les pegaba, porque no sólo era mi amá Cande, estaban las otras, las esposas de sus cuñados. Su suegra murió en el parto, el niño venía de nalgas y ninguno sobrevivió. Uy, hasta donde me fui. Nosotros rentábamos una casita de don Silvino, en el Barrio Lindo de Puerto Vallarta, Jalisco. Todas las noches, jugábamos con los muchachos a los borrachos, al bote, a los colores, a la cebollita, al béisbol, ahí, en las calles, ese era nuestro escenario favorito. En una esquina baldía, creció un tamarindo (esto iba a contarles), en ese enorme árbol a alguien se le ocurrió poner un columpio. Mi amá Cande nos prohibió pasearnos en él, ay, pero tener a la mano un columpio y no subirse... Ese medio día, las calles estaban solas, el columpio también, entonces, me dirigí al tamarindo, luego, me afiancé en el balancín, sentía tanta alegría que no supe cómo, en el dale y dale, me solté de una de las cuerdas, el columpio se fue de lado y chocamos con el tronco, el golpe fue directo a mi espalda y caí, hubiera gritado, el dolor no me dejaba ni levantar la cabeza, sin embargo, poco a poco me fui enderezando, en ese momento, vi a mi amá, traía un chicote en la mano. Como si tuviera un resorte me levanté, un sólo pensamiento me invadía, cómo voy a torear a mi amá para que su chicote no me dé en las piernas. Vi desde que te subiste al columpio y fui por el chicote -dijo con una voz enojada y continuó, ¿cuántas veces quieres que te diga que es peligroso? Menos mal que te pusiste de pie, con semejante golpe... Hablaba, mientras con la mano derecha, golpeaba con el chicote la mano izquierda. Ya sabes, -prosiguió (como si hubiera adivinado mis pensamientos), si corres, te va a ir peor.

 

 

Navojoa, Son. May./10/2022

 

 

En la fotografía está con mi prima Rosa, ahí, mi amá Cande ya estaba enferma, se la llevaron a Salamanca, Gto. para que se recuperara. En ese tiempo, yo estudiaba en el C.E.C.Y.T. 241 de Puerto Vallarta, Jalisco, y la veía en vacaciones.





 

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