“Media legua, media
legua, Media legua ante ellos. Por el valle de la Muerte Cabalgaron los
seiscientos. “¡Adelante, Brigada Ligera!” “¡Cargad sobre los cañones!”, dijo.
En el valle de la Muerte Cabalgaron los seiscientos. “¡Adelante, Brigada
Ligera!” ¿Algún hombre desfallecido? No, aunque los soldados supieran que era
un desatino. No estaban allí para replicar. No estaban allí para razonar. No
estaban sino para vencer o morir. En el valle de la Muerte cabalgaron los seiscientos. Cañones
a su derecha, cañones a su izquierda, cañones ante sí. Descargaron y tronaron.
Azotados por balas y metralla, cabalgaron con audacia. Hacia las fauces de la
Muerte. Hacia la boca del Infierno cabalgaron los seiscientos. Brillaron
sus sables desnudos, destellaron al girar en el aire, para golpear a los
artilleros, Cargando contra un ejército que asombró al mundo entero:
zambulléndose en el humo de las baterías. Cruzaron las líneas; cosacos y rusos
retrocedieron ante el tajo de los sables hechos añicos. Se dispersaron.
Entonces regresaron, pero no. No los seiscientos. Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda. Cañones detrás de sí, descargaron y tronaron; Azotados
por balas y metralla, mientras caballo y héroe caían, los que tan bien habían
luchado entre las fauces de la Muerte. Volvieron de la boca del Infierno. Todo
lo que de ellos quedó, lo que quedó de los seiscientos. ¿Cuándo se
marchita su gloria? ¡Oh qué carga tan valiente la suya! Al mundo entero
maravillaron. ¡Honrad la carga que hicieron! ¡Honrad a la Brigada Ligera, a los
nobles seiscientos!”
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