Elia Casillas
Con la herida animada por tu silencio emigré. Quién lo hubiera dicho,
nuestras manos acopladas siempre, de golpe algo sobrevino y ya no fuiste igual,
pero ni un profeta hubiera corregido mi admiración por ti y envidié a los
adivinos. ¿A caso ellos no perciben cuando una catástrofe se les encima? ¿Por
qué no hubo un signo para percatarme de tu retirada? Y ese cielo gris de
espectador, hizo más despiadado el
instante…
Como si no fuera suficiente la crudeza en el escenario, la nieve preparó
su fenómeno: los pinos se bamboleaban con el viento que de un salto vino. Tus
ojos revisaban mis pies enraizados en la nevisca. Yo me resistía a
interrogatorios (no procedían en mi estilo), hubiera preferido que departieras
tu enredo. No fue así; te percibí como témpano, exactamente en tu espacio. Un
por qué revoloteaba en mí (Jajaja). Los por qué, no eran míos, en ese momento
supe que ya no estaba en tu círculo, salía sobrando cualquier por qué.
Vestías el sweater que te regalé -¿recuerdas?- Cuando brincabas en el
lecho como niño, mientras lo adaptabas al cuerpo. Corriste por tu pantalón y vi
un estuche pequeño en tus manos, un anillo estaba ahí. Acercándote lo montaste
en mi dedo, subiendo la mano a tus labios.
Tu pasión, volvió a llenar mi vida y entramos de nuevo en el campo que
nos inventó. Pedía una alegría, tú trajiste
esplendor a mi carne, innovando cada ángelus con sábanas azules, y secreteos
repartidos. Fue entonces que festejé mi rincón, mis emociones, mis carcajadas,
la desconfianza por amarte. Me llevaste a tu órbita y sin ayuno recorrimos la
naturaleza y nos fugamos con la noche.
Yo comprometida en tu cintura, tú, deslizándote en mi vida, entraste a
mi cobijo. Fui de tu incumbencia, eras sonrisa cada noche en que desvalijamos
al invierno. No interesaba lo que se movía afuera, el tic-tac sin militancia (ignorado
por nosotros), sólo podía ver su tiempo. Sin atuendos saboreamos muchas
alboradas, aprisionándome a tu pecho, rociabas cántaros de amor. Mis labios
sucumbían en tu piel y alegramos todos nuestros momentos.
En tu espacio proyecté firmeza y nuestras sombras vagaron ceñidas,
tanteaba mi verdad asegurándome de que no eras un sueño, uno más de mis
inventos, un protagonista más de mis historias. Y te amé con tu sobrada juventud,
dejando que visitaras mi vino, mi pan, mi agua.
¿Llanto?
Inadmisible en mi casta, he visto el desenlace sin amargura, me hallo de pie y
tú, ya no estarás de ningún modo en mí… ¡Nunca! Sin embargo, el espejo ya no es
el mismo, esta bata no me deja respirar, el doctor no me cree y mi familia
insiste –Tú jamás has visto la nieve-
No hay comentarios:
Publicar un comentario