Sarcasmo de Dios que nunca dio su mejor ángulo
dividió autopistas,
y no hubo quien trajera mensajes
que encendieran las palomas de mis
piernas.
En papel de sin sabores escribí desde
mis
mendrugos
con tinta de precipicios,
cadavérica como la suerte de ese
atardecer
cuando tu Parca zarandeó el lucero de mi
ombligo.
Los ojos rompieron el poniente
sin abrigo, y sin saber
si tu lluvia vendría a los pies de mi
tierra,
y una mañana contaríamos al nido
la leyenda del Álamo.
Donde mis cabellos surcan,
empeño el vuelo desde el hueso más duro,
y abrazo el lecho que apacigua mi vida
y muero en este trono,
que apuesta con horario filoso
la malquerencia del fracaso.
No tengo pelotón para fusilarme,
cedí mi libertad a tus relojes,
eslabones de amor sólo sirvieron para
penar
y después, mí ente diverso,
esquivó la ceniza de los altares
y dio su mejor acto,
alentados por la imprudencia
de amarnos con ardor frente a la
vida.
Hay caminos donde mi lápiz no es rastro
sólo carbón que muerde
y el vestido perturba una calzada de
perros,
enciende los campos de junio
y pongo mi amor en el libro de la tarde,
no llueve,
el cielo está reseco
no llueve,
y la melancolía se tira en el discurso,
rueda en el aire
y lo devora la sed del campo.
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