sábado, febrero 06, 2010

Lamberto Ibarra Luna

Lamberto Ibarra Luna


“Mi vocación nació al ver la convivencia y la amistad que tenían mis maestros con los alumnos y la sociedad”.





Hace muchos años, en una escuela vespertina de Hermosillo, había un grupo de estudiantes que ningún maestro osaba atender. Era el 3ero. “C” y tenía fama de intratable, pues sus estudiantes, problemáticos y sin ganas aparentes de estudiar, alejaban cualquier intento de enderezar su derrotero. Cuando a esa escuela llegó un joven profesor que venía de atender escuelas rurales, con la experiencia de problemas distintos a los que se presentaban en el medio urbano, recibió la encomienda de hacerse cargo de ese terrible grupo. Las experiencias vividas en el tercero “C” de aquella escuela vespertina se han quedado empolvadas por el paso del tiempo, pero una historia tan intensa siempre sobrevive y ésta permanece intacta. Se trata de la historia del niño Martín López, hijo de una humilde vendedora de periódicos. Este niño era, quizá, el más problemático de todo el grupo. Su maestro descubrió muy pronto las razones de su comportamiento. En primer lugar, la soledad, pues pasaba gran parte del día sin cuidados: en segundo término, la falta de recursos y de motivación para salir adelante en sus estudios. Y mientras el pequeño Martín demostraba frustración peleando con otros niños, su joven profesor ideaba la forma de traerlo de vuelta al camino del aprendizaje.



No sin esfuerzo, el profesor y el niño se hicieron amigos. Tanto, que los fines de semana, a costa de sus días de descanso, el profesor visitaba a su estudiante a domicilio, para nivelarlo, y le compró los útiles escolares porque las condiciones humildes en que vivían Martín y su madre no les permitía costearlos. Muy pronto, el que era un niño problema se volvió estudiante regular.



Años más tarde, cuando ya los caminos de los dos se habían separado, el profesor hacía fila en el banco para cobrar un cheque. Sin saber por qué, de pronto, le indicaron que saliera de la fila pues el gerente del banco, en persona, le haría el trámite. Sorprendido, cuando el profesor tuvo delante suyo al gerente, vio delante de si a su antiguo estudiante, Martín López. Antes de que se diera cuenta, ambos, maestro y alumno, habían atravesado por una invaluable experiencia humana de generosidad y cariño incondicional, que trascendió los años y el olvido.



Al profesor Lamberto Ibarra Luna, con 41 años de servicio magisterial, le gusta mucho contar esta historia, sobre todo porque él mismo es el protagonista y debido a que resume bien, todo cuanto un buen maestro debe ser. No sólo eso, también en la historia del niño Martín encuentra ecos de su propia historia, pues fue a base de esfuerzos continuos que pasó de ser un maestro rural a convertirse en Supervisor de Zona, encargo que aún sigue ejerciendo con toda la vitalidad que le infunde el amor a la educación.



Y es con ese vigor, el cual trajo tanto bien a los alumnos que le tocaron en suerte durante sus años de maestro, que logró escalar posiciones en el magisterio, hasta cubrir cada una de las metas fijadas, a manera de motivación íntima. Por otra parte, su incansable interés por los niños, lo llevó a editar una antología de cuentos infantiles, y además, para no solo incidir como facilitador de materiales de lectura sino como un mediador de expresión, impulsó durante tres años la publicación del periódico “Los Niños Hablan”, en el que dio voz a las inquietudes de pequeños estudiantes que siempre tienen mucho que decir, aunque algunos adultos no se tomen el tiempo de escucharlos. De esta manera, utilizó también sus conocimientos de Lengua y Literatura Española para ofrecer a la comunidad infantil una salida a la efervescencia de sus ideas en ciernes y material de texto apropiado para que el acercamiento a la lectura no sea visto como un campo infecundo por las nuevas generaciones.



Lamberto sabe que ha cumplido su cometido en la vida, como maestro y como ser humano. El primer niño al que enseñó a escribir, ahora es ingeniero. El pequeño Martín, gerente de banco y hombre de bien. Y esto son sólo dos casos de los cientos de oportunidades que tiene un profesor a lo largo de su carrera, para hacer la diferencia entre un estudiante incomprendido, que no logra transitar los arduos caminos de la vida por la falta de un guía; pero de la mano de un protector que sabe sembrar confianza y valores en él, como es el caso del profesor Lamberto Ibarra Luna, es cuando el alumno consigue una vida luminosa, en la cual son aprovechados todos los potenciales presentes en el individuo.



LA SIG. INFORMACIÓN NO PERTENECE A EL TEXTO ANTERIOR, PERO CONSIDERAMOS IMPORTANTE SEÑALAR QUE EL PERIÓDICO “LOS NIÑOS HABLAN”, QUE IMPULSÓ EL PROFR. LAMBERTO, AÚN SE SIGUE EDITANDO EN ALGUNAS DE LAS ESCUELAS PERTENECIENTES A LA ZONA ESCOLAR 007, DE LA CUAL, ES SUPERVISOR.

ACTUALMENTE CUENTA CON 42 AÑOS DE SERVICIO Y HA CONTINUADO PROMOVIENDO LA CREACIÓN DE TEXTOS PARA SEGUIR IMPULSANDO EN LOS ALUMNOS Y DOCENTES EL GUSTO POR LA LECTURA Y ESCRITURA ASÍ COMO EL AMOR POR SU COMUNIDAD.

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