Setenta veces siete…
Elia Casillas
Tres pasos para adelante y tres a donde nadie le importa. Una vez más, ahí estaba aquel hombre. El sacerdote había confesado al último feligrés y al verlo, movió la cabeza negativamente, reprimió su coraje y sentándose de nuevo tiró una mirada al cielo de la capilla, y apretando las manos en la frente, pidió paz y ciencia, mientras veía acercarse aquel infeliz, que a duras penas, soltaba palabras…
-Paaaaadre… Padreee…cito. Perdónemeeee… le juro por Diossi… to yo no quería bebeer… pero mis amigos… Usted ya sabe… Ellos tienen más mañas que el diablo…
-Ya Juan- interrumpió el cura- contigo no se puede, regresa a tu casa y duérmete. Corres peligro en la calle, Dios guarde y te atropellen, anda, anda, vete y no me quites el tempo.
-Siiiiiiii Padrecitoooo… pero perdónemeeeeeeeeeeeee diga que me perdona y meeee vooy. Si padreeee? -Suplicaba Juan, con su puño de fétidos olores
-Juan; vete por favor, cuando regreses bueno y sano te absuelvo. Siempre te entran los remordimientos cuando estás borracho, pero en cuanto eres perdonado, olvidas promesas y día a día vuelves dando más guerra y ni te compones- contesto desesperado el religioso.
Juan continuó suplicando, pero el Presbítero y su caridad salieron del confesionario, ignorándolo. En su desesperación, Juan quiso alcanzarlo, el Párroco con pasos largos se desprendió de él, arrojándolo a un lado de las bancas. Entonces, el borrachito logró llegar al pie del Cristo que gobernaba la pequeña Iglesia. El clérigo de reojo vio adonde se dirigía el alcohólico y sus lamentos y temiendo que Juan hiciera alguna avería en el altar, regresó.
-¡Diossssss! ¡Señoooor! ¡perdónameeee! – gritó Juan, con los brazos abiertos y mirada suplicante.
El cura, jalándose los cabellos escondió entre sus codos el rostro enojado. En ese momento, descendió una voz que hizo temblar túnicas y santos. El misionero y Juan, posaron una incrédula mirada en el Cristo y vieron como este desprendía su mano para bendecir a Juan con palabras que, lentamente bañaron de gozo el corazón del enturbiado hombre.
-Yo; en nombre de mi Padre, te perdono Juan- dijo amorosamente el crucificado.
Desde ese día, aunque no quiera, el párroco perdona setenta veces siete .
Navojoa Sonora, Junio 8 de 1999

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