Dicen
que no escribí mi crónica a cerca de la victoria de la selección de fútbol
mexicana. Es cierto. Llegué de la calle con hambre, el espíritu tranquilo, fui
directo a la televisión, Argentina me intrigaba por Messi. De pasada prendí mi
computadora de escritorio. Saqué el
pollo con almendras y el espagueti. Supe que México jugaba a las ocho de la
mañana, hora del pacífico. Dios mío, Dios Santo, Dios de los desvelados, ocho
de la mañana. ¿Será que despierte? Ocho de la mañana. Ayer fui a escuchar a la
gran banda de Javier
Soto, una banda con once elementos, todos buenos, él, Javier, fue alumno
del profesor Romeo Aguilar, imagino que muchos de los que ahí tocan también
fueron sus pupilos. Pocos maestros como él. ¿Y la selección mexicana? Para
empezar, sólo recuerdo a Guillermo Ochoa, a Rafa Márquez, al Chicharito
Hernández, Guardado y... Me faltó uno. Aún así, iba a jugar la selección
mexicana, y como quiera, siempre queremos que ganen, aunque sean unos perdedores,
tal vez, nos proyectamos en ellos. No es que no ganen, les perdí la pista, un
día me harté y dejé las migajas para que lo pájaros las desaparecieran. Cuando
ellos jugaban (en otros tiempos), mis hijos y yo frente a la televisión casi con la bandera en la mano, fritanga y
refrescos, días, noches felices, gritando a la selección, ganaran o perdieran,
nadie puedo quitarnos el ánimo. Ahora
estoy nada más con mi sombra y a veces, ni sombra hago. Pero es la selección,
Tata, que no me vaya a quedar dormida, si apenas a las ocho de la mañana estoy
en el primer sueño. Ocho de la mañana en punto, ocho de la mañana y abro un
ojo. Vi el reloj de la televisión: 8:00 ¡Desperté! Me fui a los canales de
ESPN, de FOX y tal vez era mi desesperación por encontrarlos que hasta dudé del
día. Di clic al número 1 del control y entré a los canales de TV Azteca y escuché
los gritos de Martinoli, García y Campos, canal 7. Ahí me quedé, me encantan
ellos, son comentaristas divertidos, por lo menos hacen que el sufrimiento aligere.
El partido era para penar, pero en el
medio tiempo los nuestros dominaban la cancha, el equipo alemán estaba
desorientado, no esperaban la bravura, el empuje, el agarre, el tú por tú con
los nuestros. Hubo una descolgada y no pasó a mayores, pero ellos insistían, Javier, el Chicharito era el chile de todos los moles buscando una oportunidad,
en eso dio un pase a Lozano y ya nadie lo detuvo, ahí, frente al portero germano,
el balón solo, solo el balón tomó vuelo y se fue al fondo de la red. Era
gol, y aún así, esperé el grito de los Martinolis, de García y sus justicieros.
Era gol. Era gol, increíble, era un gol de la selección mexicana. Luego,
Guardado tuvo otra descolgada, y se le fue, casi era el segundo tanto, pero de
tanto en tanto, nos quedamos con el grito. En ese medio tiempo, las dos selecciones
vendieron su alma. Aunque para el segundo, Alemania sacó sus mejores bisteces, los
mexicanos ya habían hecho la machaca. ¡Ay Dios Santo! Aquello era un
merequetengue en la portería de Memo, ay ese Ochoa sí que estuvo con mucho
trabajo, ya iba, venía, volaba, se caía, pero nunca dejó que la pelota nos
agujerara el marcador. Hablamos del gol de Hirving, pero Memo Ochoa se cuece
aparte. Los tres minutos que dio el árbitro fueron mi gran sufrir, ¿por qué no
dio uno, por qué tres? Rafa Márquez ya estaba ahí, y me sentí tranquila, pero
son los alemanes y no se dieron por vencidos, pero ya la diosa suerte, jugaba
con los nuestros. Al fin sonó el silbato, al fin, al fin, una victoria contra
los teutones, Marimar
Franco K. Al fin. Me levanté, cociné unos huevos con chorizo y mi taza
de café. ¿Por qué sentimos esa felicidad cuando gana la selección mexicana de
fútbol? No lo sé, pero hoy, no me cambio por nadie. Aunque ya no ganen, este
partido para mí, fue lo mejor de los muchachos, ojalá tengan más sorpresas, eso,
sólo Dios lo sabe. ¿No cree usted?
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