martes, octubre 04, 2011

Jorge Luis Herrera


Cartucho, de Nellie Campobello.
Obra revolucionaria sobre la Revolución Mexicana

Por Jorge Luis Herrera

Para Luz Elena y Jorge

Va a haber
desbordamiento
de fuerza
les decía
a mi paso
y voy a derribar
cerros
con mis manos



NELLIE CAMPOBELLO


La escritora duranguense Nellie Francisca Ernestina (1900-1986), mejor conocida como Nellie Campobello, con el paso de los años se ha convertido en un personaje casi mítico en el panorama de la literatura mexicana, no sólo a causa de su peculiar personalidad —que queda de manifiesto en la entrevista que Emmanuel Carballo le realizó en 1960 (377-388) y en diversos testimonios de gente que la trató, como el de Germán List Arzubide (Fiallega “Conversación con…”)— y de las extrañas circunstancias de su muerte, sino también porque las características de su obra narrativa son bastante singulares. Emmanuel Carballo afirma al respecto:

Sus libros resultan insólitos (en sí mismos y comparados con los que se escribieron entre los años de 1931 y 1937) porque insólita es la vida en que están inspirados. […] Nellie Campobello es, en la literatura mexicana contemporánea, una figura aislada. Lo peculiar de su sensibilidad y de su estilo la instala en un sitio aparte. Su obra no entronca, visiblemente por lo menos, con nuestras más visibles corrientes narrativas; por otra parte, su obra no influye en las de los nuevos escritores (377).

El que los libros de Campobello se hayan editado y distribuido poco también ha contribuido a incrementar el halo de misterio y desconocimiento en torno a su persona y a su obra, pues entre 1960 y 1982 prácticamente no se difundió, con excepción de Cartucho. Relatos de la lucha en el Norte de México y Las manos de mamá que Antonio Castro Leal incluyó en la antología La novela de la Revolución Mexicana, publicada por editorial Aguilar en 1972. Sin embargo, por fortuna los libros de la duranguense han comenzado a reeditarse y revalorarse en los últimos años, y ya han salido a la luz diversos estudios críticos a través de los cuales la obra de Nellie Campobello empieza a recibir la atención y el reconocimiento que merece.

De entre todos los libros de la duranguense, Cartucho… quizá es el más peculiar y original porque: fue la primera obra literaria sobre la Revolución Mexicana escrita por una mujer; su visión en torno a Pancho Villa era bastante novedosa en la época en la que se dio a conocer; la obsesión de su autora por develar la “verdad”, aunada a su singular estilo, dio pie a la creación de una serie de estampas que resultan paradójicas, pues son aterradoramente bellas; el uso del lenguaje la sitúa en un punto intermedio entre el relato oral y el escrito; su pertenencia a un género literario es confusa: oscila entre la autobiografía, la novela y el libro de relatos; la candorosa y amoral mirada de la narradora-niña ofrece una perspectiva fragmentada y muy cruda de la realidad.

Cartucho… se publicó por primera ocasión en octubre de 1931 con el sello de Ediciones Integrales, fundada por el poeta Germán List Arzubide, hacia quien Campobello expresó su agradecimiento por el cuidado editorial (31). Sin embargo, sorprende que Arzubide haya dicho en entrevista que el trabajo que realizó fue más allá de la simple edición; afirmó que él recibió algunos manuscritos que recuperaban ciertos recuerdos y anécdotas de Nellie, y que él se encargó de ordenarlos y corregirlos (Fiallega “Conversación con…”). Este comentario adquiere mayor relevancia si consideramos que según diversos estudiosos, como Blanca Rodríguez, entre la primera y la segunda edición (1940) de Cartucho…, hubo múltiples modificaciones, y que éstas fueron impulsadas por Martín Luis Guzmán. Blanca Rodríguez sostiene que los dos cambios más significativos entre ambas ediciones son: la primera estaba conformada por treinta y tres relatos y no cincuenta y seis (Cázares 41); y, a diferencia de la primera, en la segunda sí se menciona el nombre de Nellie, en el relato titulado “Las rayadas”: “Allá en la calle Segunda, Severo me relata, entre risas, su tragedia: —Pues verás, Nellie, cómo por causa del general Villa me convertí en panadero […]” (138) [énfasis añadido].

Llama la atención que se le dé tanto peso a la injerencia de terceras personas, masculinas, en la configuración de la versión de Cartucho… que ha llegado hasta nuestros días. Esto nos obliga a cuestionarnos: ¿se insiste en el hecho de que hubo influencia masculina en la conformación de la obra porque Campobello era mujer? La respuesta queda en el aire. Sobre el vínculo entre Nellie Campobello y Martín Luis Guzmán también se ha insinuado otro posible efecto nocivo; Christopher Domínguez Michael afirma: “pese a su íntima relación con Martín Luis Guzmán —o acaso por ello— fue desapareciendo progresivamente de la escena literaria mexicana hasta extinguirse entre 1960 y 1989” (“Cartucho, de...”). Esta aseveración es bastante sugestiva, pues invita a plantearse varias posibilidades como el que Martín Luis Guzmán haya relegado a la duranguense, sin embargo surge la pregunta: ¿por qué? La respuesta tampoco resulta clara, sobre todo si consideramos que él expresó en diversas ocasiones su admiración hacia la obra de Campobello; por ejemplo, en febrero de 1938 realizó una disertación en torno a ella desde la estación de radio del DAPP para los estudiantes de lengua española de la Universidad de Ohio (Campobello 43). Independientemente de los motivos por los que se sugieren dichas influencias e injerencias, es importante juzgar la obra en sí misma; por ello debemos considerar que Cartucho… no fue la única gran producción literaria de Campobello y que particularmente en Las manos de mamá se escucha la misma voz y el mismo tono narrativo, por lo que resulta injusto querer enturbiar o manchar la labor de la duranguense por la supuesta intrusión masculina. Éste no sería el primer caso en la historia del arte y de la literatura en el que se intente explicar la genialidad de una obra creada por una mujer gracias a la “mano negra” de un hombre (piénsese, por ejemplo, en Camille Claudel y Auguste Rodin, o en Sylvia Plath y Ted Hughes).

La segunda edición de Cartucho… consta de cincuenta y seis relatos que se caracterizan por su brevedad —muchos no completan ni una página—, por su “extraña” estructura sintáctica, por su contundencia y por su plasticidad; este último elemento permite apreciar el libro no sólo como una serie de textos sino también como una especie de pinacoteca en la que se muestran múltiples escenas grotescas —porque en ellas predomina lo deformado, lo horrible, lo contrahecho y lo onírico— de la Revolución Mexicana, vista a través de la cándida mirada de una niña, que es quien presencia y crea dichas imágenes con escalofriante naturalidad; un buen ejemplo de ello se evidencia en “Desde una ventana”:

Como estuvo tres noches tirado [un cadáver], ya me había acostumbrado a ver el garabato de su cuerpo, caído hacia su izquierda con las manos en la cara, durmiendo allí, junto de mí. Me parecía mío aquel muerto. Había momentos que temerosa de que se lo hubieran llevado, me levantaba corriendo y me trepaba en la ventana, era mi obsesión en las noches, me gustaba verlo porque me parecía que tenía mucho miedo. […] El muerto tímido había sido robado por alguien, la tierra se quedó dibujada y sola. Me dormí aquel día soñando en que fusilarían otro y deseando que fuera junto a mi casa (98).

En los textos que integran la segunda edición de Cartucho… también sobresale de manera especial el uso del lenguaje. En general se trata de frases cortas, contundentes, sin ripios, que van golpeando al lector, una a una, incansablemente. Además, las oraciones están construidas con una sintaxis que se mueve entre la expresión oral y la escrita; por ejemplo, la narradora dice: “[…] contaron los soldados que los fusilaron, que el chico había muerto muy valiente; que cuando les fueron a hacer la descarga se levantó el sombrero y miró el cielo. Othón murió un poco nervioso; no les pusieron caja, los echaron así nomás” (77). Esta cualidad puede explicarse mejor si consideramos que Campobello seguramente conoció muchas de las historias que escribió por medio de la oralidad; un elemento que quizá lo confirma es que la narradora alude reiteradamente a lo que otras personas contaban por medio de frases como las siguientes: “[…] decía la gente […]” (92), “[…] contaron que […]” (99), “[…] que les había contado que […]” (103), “[…] contó que la gente […]” (121) y “contó a Mamá” (121).

Otro elemento esencial de Cartucho… es el narrador, que se distingue por su indeterminación y ambigüedad, pues por momentos se comporta como un heterodiegético (es inaprensible y sólo puede ver a los personajes desde fuera, como si se tratara de una representación escénica) y en otras ocasiones como un homodiegético (es una figura secundaria de la historia y se limita a describir a partir de su conciencia y observa a los otros personajes desde lejos). Un aspecto que incrementa la peculiaridad de este narrador es que está representado por una niña que a veces se funde con su madre: “La camisa gris cayó junto de la vía del tren y en medio del desierto, los ojos de Mamá detienen la imagen del hombre que al ir cayendo de rodillas se abraza su camisa y regala su vida. Cuentos para mí, que no olvidé. Mamá los tenía en el corazón” (109). La impostación verosímil de una voz infantil es, sin duda, uno de los principales méritos en Cartucho… Así, el narrador refiere diversas situaciones de un mundo que pareciera que se está dislocando, y describe sus emociones y apreciaciones centrándose especialmente en una serie de espectros y cadáveres monstruosos, como si éstos formaran parte de un espectáculo natural y cotidiano; esto se expresa, incluso de manera literal, en el siguiente fragmento: “‘Más de trescientos hombres fusilados en los mismos momentos, dentro de un cuartel, es mucho muy impresionante’, decía la gente, pero nuestros ojos infantiles los encontraron bastante natural” (92) [énfasis añadido].

La visión infantil de la narradora se vincula directamente con elementos rastreables en la biografía de su autora, quien en 1906 se trasladó junto con su familia a Parral, Chihuahua, ciudad que fue uno de los principales bastiones del villismo y en la cual ocurrieron varias de las escenas más cruentas de la Revolución. Emmanuel Carballo le preguntó a la escritora sobre los recuerdos de esa etapa de su vida y ella respondió: “A los cuatro años se me notaba, impresa en el rostro, la tragedia de la Revolución. No me reía por nada del mundo. […] En el Norte dos eran mis ocupaciones, montar a caballo y sufrir: los inviernos, la Revolución […]” (378). Gracias a este testimonio, a los relatos de Cartucho… y al sentido común, sabemos que Campobello, al ser testigo directo de la Revolución, debió padecer a causa de la barbarie —a pesar de que en el prólogo de Mis libros haya afirmado lo contrario: “Fui una niña bastante, feliz, vi cómo peleaban aquellos hombres buenos con los hombres verdaderamente malos” (13)— y que la escritura de Cartucho… y de Las manos de mamá funcionó como una especie de catarsis. Campobello declaró al respecto: “En el conflicto entran los deseos imperiosos de imágenes infantiles latentes que buscan su escape y se concentran en el ademán directo de dosificar las emociones, como se hace con la luz eléctrica, con el agua y la velocidad, hasta llegar a las palabras y al conocimiento sublime de la ternura” (Campobello 16).

Aquí vale la pena hacer un breve paréntesis para reflexionar en torno a uno de los posibles conflictos de identidad padecidos por la escritora, el ocasionado por su nombre, que incluso la llevó a titular uno de sus libros: Francisca Yo!, como si quisiera confirmar, gritando ante el mundo, su nombre “verdadero”. En la entrevista con Carballo, la escritora sostiene: “Mi nombre completo es Nellie Francisca Ernestina. Nellie por una perrita que tenía mamá. Yo deseaba que me dijesen Francisca. Mi primer libro, Yo, así lo firme. Me llaman, sin embargo, Nellie” (378). Independientemente de la alusión a la mascota de su madre, que podría considerarse como una de las múltiples ironías presentes en la entrevista, llama la atención descubrir que en Cartucho… la escritora haya hecho referencia al nombre de Nellie y no al de Francisca, a pesar de que ella afirmó que prefería el segundo. Un dato curioso alrededor del nombre “Nellie” es que según Guitierre Tibón se trata de un hipocorístico de Elena, Eleonora o Cornelia (176), es decir, es un nombre “que, en forma diminutiva, abreviada o infantil, se usa como designación cariñosa, familiar o eufemística” (Real Academia Española 1217). Por todo esto, pareciera que el nombre “Nellie” formó parte de una suerte de determinismo, que impulsó a la escritora a expresarse por medio de una voz infantil.

Ahora bien, el que Campobello haya sido testigo directo de la Revolución y de que la narradora de Cartucho… sea una niña llamada Nellie, nos incita, de manera casi irremediable, a tratar de descubrir rasgos autobiográficos en el libro; si partimos de la base de que la autobiografía es un género híbrido en el que un autor ofrece su perspectiva alrededor de ciertos sucesos particulares, y que los describe como un tejido en el que hay dos madejas principales: la historia personal y la historia social (Estébanez 66-68), podríamos considerar que Cartucho… cumple con ambas funciones, sin embargo, como se analizará más adelante, también tiene rasgos que permiten asociarla con otros géneros literarios. Sara Rivera López sostiene que:

[…] Cartucho no es, por mucho, una autobiografía, sino un texto inclasificable por su estructura discontinua y fragmentada. En los relatos, escenas o estampas, desfilan un sinfín de personajes sin tiempo ni orden, entre los cuales aparece de manera intermitente la pequeña niña que cuenta lo que sus ojos miran. Este aspecto de la voz narrativa nos advierte la presencia de Nellie Campobello autora. El relato, en ese sentido, se bifurca en dos historias paralelas: la biografía de los hombres del norte y la autobiografía de la escritora (52).

Emmanuel Carballo considera que: “En contados casos como el […] [de Nellie Campobello] es válido el viejo apotegma: ‘El estilo es el hombre’ […] [pues su] literatura […] está hecha con la sustancia de su propia vida” (377). Y, aunque el libro tiene algunos rasgos autobiográficos a través de los cuales Nellie es en apariencia la testigo de los acontecimientos, sería conveniente tomar en cuenta los planteamientos de Roland Barthes incluidos en su ensayo “La muerte del autor”, donde señala que el espacio de la escritura únicamente existe en el presente, en “el tiempo de enunciación”; en otras palabras, podemos diluir la identidad de Nellie y considerar que la verdadera testigo es la escritura misma.

Como se dijo antes, la dificultad para determinar el género de Cartucho… tiene otras aristas: además de bordear el género de la autobiografía, oscila entre la novela y el libro de relatos. El que esta obra —al igual que Las manos de mamá— tenga una estructura fragmentada, impide distinguir con claridad su género, pues aunque los relatos tienen una sentido de individualidad muy claro, éstos se resignifican si se leen como parte de un conjunto en el que se reitera la presencia de algunos personajes y del narrador, lo que también los hace funcionar como capítulos de una novela. Existen otros dos elementos que han contribuido a esta confusión —o tal vez son un reflejo de la misma—: Campobello puso una marca genérica en el subtítulo, “relatos”, lo que traza un horizonte de expectativas en el lector; y Antonio Castro Leal incluyó la obra en una antología de novela. Pues bien, esto sólo confirma que Cartucho… es una obra en la que confluyen tres géneros principales, siendo quizá el dominante el del relato.

Por último vale la pena decir que los rasgos autobiográficos de Cartucho… se vinculan también con la intención, casi obsesión, de Campobello por hablar de la “verdad” de los sucesos que atestiguó (en el prólogo de Mis libros éste es el tema más recurrente): “Latente la inquietud de mi espíritu, amante de la verdad y de la justicia, humanamente hablando, me vi en la necesidad de escribir” (Campobello 17). Por ejemplo recuerda que cuando tenía el deseo de contar sus vivencias en Parral se preguntó a sí misma: “[…] ¿podría decir, con voz limpia, sin apasionamiento, las verdades que formaban parte de mi historia familiar?” (20), y en la entrevista con Carballo sostiene: “Soy tan auténtica, tan verdadera que cuando hablo la gente dice que cuento mentiras” (378). En su afán por describir los acontecimientos que presenció, Nellie Campobello creía que su deber era pronunciarse en torno a quienes ella consideraba los “verdaderos héroes de la Revolución”, para que los mexicanos conocieran la verdad en un mundo lleno de mentiras, donde se denostaba a Villa y a los soldados de la División del Norte, y se exaltaba a personajes como Carranza, a quien ella calificaba como “un viejo tan egoísta como envidioso y desagradecido” (Carballo 380). Según Campobello su principal móvil para escribir Cartucho... fue una especie de compromiso moral con la sociedad mexicana que la obligó a contar lo que ella había presenciado, tratando de ser lo más objetiva posible: “Las narraciones de Cartucho, debo aclararlo de una vez para siempre, son verdad histórica, son hechos trágicos vistos por mis ojos de niña […]” (22). Independientemente de la veracidad de los sucesos referidos por la duranguense, lo cierto es que a través de su narración expresó una postura ideológica crítica de la historia oficial, actitud poco común en la década de los años treinta del siglo XX, época en la cual el “Callismo” forjó los principales mitos de la gesta revolucionaria, según los cuales Villa era poco más que un bandolero. Por ello Christopher Domínguez Michael sostiene que: “Cartucho saca a la narrativa de la Revolución Mexicana de la demagogia populista y de la retórica, dizque republicana, del heroísmo pretoriano” (“Cartucho, de...”).



Ojalá que el presente ensayo sirva a los lectores como incentivo para que se aproximen a una de las más brillantes y revolucionarias obras literarias de nuestro país: Cartucho. Relatos de la lucha en el Norte de México.



Fuentes

Barthes, Roland. “La muerte del autor”. Textos de teorías y críticas literarias (del Formalismo a los estudios poscoloniales). Nara Araújo y Teresa Delgado (comps.). México: UAM-I, 2003, pp. 339-345. Impreso.

Campobello, Nellie. Mis Libros. 2ª ed. Chihuahua: Secretaría de Educación y Cultura del Gobierno del Estado de Chihuahua, 2004. (Biblioteca Chihuahuense). Impreso.

Carballo, Emmanuel. Protagonistas de la literatura mexicana. 4ª ed. aumentada. México: Porrúa, 1994. (“Sepan cuantos…” núm. 640). Impreso.

Cázares, Laura (ed.). Nellie Campobello. La revolución en clave de mujer. México: ITESM / Universidad Iberoamericana / CONACULTA-FONCA, 2006. (Colección Desbordar el canon). Impreso.

Domínguez Michael, Christopher. “Cartucho, de Nellie Campobello”. Letras libres. México: Editorial Vuelta, octubre de 2000. Internet. Dic. de 2010. .

Fiallega, Rocío. “Conversación con Germán List Arzubide. Encuentros y desencuentros con Nellie Campobello”. Etcétera. Núm. 350. Primera época. México: s/e, 14 de octubre de 1999. Dic. de 2010. Internet. .

Palomar de Miguel, Juan. Diccionario de México. 3ra. ed. México: Trillas, 2005. Impreso.

Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española. 2 vols. 22ª ed. España: Espasa, 2001. Impreso.

Tibón, Gutierre. Diccionario etimológico comparado de nombres propios de persona. 2da. ed. México: FCE, 1986. Impreso.

Vargas Valdés, Jesús y Flor García Rufino. Francisca Yo! El libro desconocido de Nellie Campobello. México: Nueva Vizcaya Editores / Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2004. Impreso.

 
 
Jorge Luis Herrera (1978) es licenciado en Historia del arte y estudiante de la maestría en Letras Mexicanas en la UNAM. De 2002 a 2008 trabajó como editor del portal educativo de la Subsecretaría de Educación Básica de México http://sepiensa.org.mx. Es autor de los libros Voces en espiral. Entrevistas con escritores mexicanos contemporáneos (Universidad Veracruzana, 2009) y de Cotard: el secuestrador (fragmentos de una novela) (será publicado en 2011 por K editores). Es coautor de la Guía Didáctica de Ciencia Sociales de Cuarto Grado (República Dominicana, 2011). Ha colaborado con cuentos, entrevistas, reseñas, ensayos y/o fotografías en diversas publicaciones como el suplemento cultural “El Ángel” del periódico Reforma, y en las revistas Los Universitarios, Juku Jeeka, Tierra adentro, Literal, Casa del tiempo, Siempre!, Universo de El búho, La colmena, Luvina y La palabra y el hombre.


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